Nuestro amor era imposible. Nuestro futuro, inexistente. Aun así, dejamos que la atracción ganase. Dos corazones jóvenes, demasiado ingenuos para creer que el amor era solo un juego. Dejamos que nos consumiese, dejamos que nos destruyera... Y después, no hubo nada más que dolor; interminable; ardiente. Durante años, he intentado olvidarme de la existencia de Jeffrey Coleman. El hijo de mi peor enemigo...